Friday, December 21, 2012

LA HERENCIA DE LA REINA MARIA CRISTINA


¿QUE FUE DE LA LA HERENCIA DE LA REINA MARIA CRISTINA ?

A finales del Siglo XIX, la herencia de la Reina María Cristina quedaba muy mermada, aunque en su momento estaba valorada en muchos millones, pues solamente el aderezo llamado de boda que había valorado en veintiún millones. Además LA hermosa finca de Vista Alegre que en su tiempo fue valorada en treinta y dos millones, fue adjudicada posteriormente a la duquesa de Montpansier en once, y vendida después de cualquier manera al marques de Salamanca, sin lugar a dudas con el fin de borrar dolorosos recuerdos, para terminar destinada definitivamente a ser Asilo de huérfanos.
María Cristina, al contraer el matrimonio morganático con Fernando Muñoz, Guardia de Corps, no quiso llevar nada de su anterior matrimonio con el rey, según la propia María Cristina afirma en su testamento. Pero con lo que no contaba era que la cesión de bienes que debió reservar en usufructo hasta su muerte, pudiese perjudicar en su día a los hijos con su segundo marido, puesto que las rentas de aquellos bienes durante veinte años, constituirían una fortuna.

Tarancón. Palacio de Riánsares y ermita. Principios siglo XX. 

La reina fallecía en El Havre el 22 de agosto de 1879 y su testamento apareció en el consulado de España en París, escrito de su puño y letra, en fecha de 31 de diciembre de 1874. Escribió entonces como mujer, como esposa y como madre; en su redacción no se aprecia ningún resquicio de reproche o de falta. No hay órdenes de la soberana hacia los súbditos elegidos para hacer cumplir su última voluntad, tan solo recomendaciones a los amigos, consejos a los hijos y la gratitud hacia los buenos servidores.
Después de manifestar en él las clásicas de hacer fe de católica, pedir perdón por sus culpas, pecados y encomendarse a la Virgen, escribía en su testamento que recomendaba su alma a Dios Nuestro Señor “que la creó de la nada y mando mi cuerpo a la tierra, de la cual fue formado; quiero que mi cadáver sea enterrado con el hábito de Nuestra Señora del Carmen y conducido y sepultado si mi muerte acaeciese en España, en el panteón de la Trinidad de Nuestra Señora de Riánsares, extramuros de la villa de Tarancón, en la provincia de Cuenca y si ocurriese fuera de España que sea depositado en el sepulcro de mis hijos en el cementerio de la villa de Rucil (Francia), hasta tanto que las circunstancias permitan su traslación al punto indicado, siendo mi voluntad que se haga todo sin pompa y con el menor gasto posible”.
Del cariño que tenía la reina a su segundo esposo, el duque de Riánsares, ninguna prueba mejor que el testamento. En primer lugar quiere que la entierren en el pueblo de su marido; luego las primeras mandas son para los pobres y enfermos de aquellos pueblos de Tarancón, Saelices, Villarrubia y Belinchón, en la provincia de Cuenca, a los cuales dejó 50. 000 reales; dispone la fundación de un santuario en Riánsares, en memoria de su marido e hijos, y por último escribe este párrafo:
“Pido también reconocimiento y ruego a mi hija muy amada la reina doña Isabel y a muy querido nieto Don Alfonso XII que protejan a estos mis referidos tres hijos, en recuerdo de lo muy feliz que me ha hecho constantemente mi querido esposo D. Agustín Fernando Muñoz, duque de Riánsares, su padre y abuelo”
Después de acordarse de los criados, a los cuales dejó seis mesadas de gratificación, la reina se ocupa de sus hijos que fueron, del primer matrimonio dos, la reina Isabel y la infanta Luisa Fernanda, y del segundo ocho, D. Agustín, D. Juan. D. Antonio. D. José que fallecieron solteros; Doña Maria de los Desamparados, condesa de Vista Alegre, que murió casada con el príncipe Ladislao Czartoryski, dejando un hijo llamado D. Augusto; D. Fernando Duque de Tarancón, casado con Doña Eladia Bernaldo de Quirós; doña María del Milagro, condesa de Castillejo, casada con el príncipe del Drago, y Doña María Cristina, condesa de Isabela, casada con D. José María Bernaldo de Quirós, marqués de Campo Sagrado.
La distribución de su herencia la hizo por igual y con un gran espíritu de justicia. A todos los hijos que se casaron les regaló el ajuar de boda, valorados el de unos como el de otro, en 650.000 francos y un millón de francos también por la primera herencia que tuvieron. Solo hay una diferencia en favor de dos de sus hijos, a los que mejoró en el remanente del quinto y tercio, por saber que tenían menos fortuna, pero advirtiendo que aquel dinero lo empleasen en papel de renta extranjera a su muy medida elección. Y de esto, la mitad debían dedicarla a la educación de los hijos y la otra mitad a constituir el capital de éstos por medio de una buena empresa, acreditada, de seguros.
Para hacer cumplir su última voluntad, y dado que no fue posible llegar a un acuerdo en su momento por sus albaceas D. Francisco de Cárdenas, D. Pedro de España, D. Luis Pidal, marqués de Pidal, y D. Lino Muñoz, a los que la reina invistió de toda clase de facultades para que cumpliesen su encargo en el menor tiempo posible, serían los tribunales los que tuvieran que arreglarla.
Para llevar a cabo las deliberaciones del tribunal, nombrado al efecto, y dictarsentencia de repartimiento a cabo el repartimiento, se estableció una oficina en la calle de la Greda, donde estaba al servicio el negro Fernando, uno de los cuatro negritos que había traído doña María Cristina, desde Nápoles, cuando llegó para casarse con Fernando VII. Este criado acompañó a S. M., cuando era la soberana de España; la acompañó en los días tristes de la emigración y por último acabaría sus días al servicio de una casa, donde estaban almacenados los despojos de una grandeza que nadie como él había conocido. Lo cierto es que la herencia supuso un capital liquido, únicamente diez millones de pesetas. Quedaba pendiente la parte correspondiente a los bienes que doña Cristina cedió voluntariamente, a sus dos hijas del rey Fernando VII: doña Isabel y doña Luisa Fernanda. FIN
(Fuente: Domingo Blanco. EL IMPARCIAL. Martes 5 Noviembre de 1895. Nº 10235)