Wednesday, April 23, 2014



    Recuerdos de Ceuta

Sé que nací en Ceuta, en playa Benítez, pero esto no recuerdo. Otros avatares sí.
El regreso de mi padre bajando del monte Hacho, ya de tarde y de uniforme del tabor de regulares, a la misma orilla de la playa Benítez, y tan en la orilla que el patio trasero de nuestra casa estaba sobre la misma arena, era siempre una ilusión en aquella casita baja.
Otro patio delantero, donde un árbol ya bastante crecido, sostenía un columpio de hierro que chirriaba cuando balanceaba y un pequeño habitáculo en uno de los laterales, a cuya espalda discurría un riachuelo, era el escenario cotidiano, una vez salvados desde la carretera, en descenso algunos escalones, del encuentro con mi madre y mis otros dos hermanos menores, uno de tres años y el más chico de meses que tenía el más pequeño y siempre en brazos.
Metida en el compartimento inferior con orificios, de una tartera de cuatro o cinco platos de aluminio, traía mi padre una tórtola, que la pobre tenía la parte superior de la cabeza sin pelo, no por ser la desdichada calva, sino a causa de los golpes que se daba contra la base del plato superior contiguo, en su desesperación por salir de aquel pequeño habitáculo.
En aquella pequeña casa, apareció en una de las habitaciones una culebra que horrorizada descubrió mi madre, antes de soltar un chillido que me hizo salir corriendo, bajando del columpio, sin embargo no recuerdo como terminó aquel suceso.
Tenía entonces cinco años, y un día que me llevó a un pedrero, vi por primera vez un cangrejo, al que mi padre pichó con su navaja, por temor a que le mordiera.
Y comprobé también el desagradable trance que se pasa con los pinchos de las chumberas, en donde me metí sin pensarlo dos veces, para alcanzar uno de aquellos higos chumbos que se me antojaba muy atractivos y que no dude en afianzarlo con la mano, tratando de arrancarlo. Aquel día estuvo mi madre sacando espinas de todo mi cuerpo.
Y ayudaba en aquella casa, en las labores de mi madre una chiquilla, una morenita musulmana de nombre Fátima, y  de la que tengo el recuerdo de verla llorando en el puerto, implorándola que se la llevara a la Península, momentos antes de subir al transbordador “Virgen de África” que nos alejaba definitivamente de Ceuta.
Y en aquella casa baja, a pesar de mi llanto, tan solo dejó mi padre, una guitarra… y me dio mucha pena.

 

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