El episodio de un día.
Y llego a Valladolid después de una hora de viaje desde Madrid, y lo
hacía con tiempo, proyectado y previsto, en busca de unos datos que
pensaba encontrar en el Archivo Diocesano. Ya en Campo Grande tomé
andando la calle Recondo y después la de Ferrocarril, la larga de
Panaderos y López Gómez, finalmente Arribas 1, en la misma
catedral.
Aún no eran las diez y me dispuse a esperar. Estaba en obras pero
nada me hacía sospechar que mi viaje fuera en vano.
Sentado en la plaza de Cervantes, en uno de los bancos anclados al
suelo, observando su estatua en bronce y de pie, sobre un alto
pedestal de piedra, espero pacientemente a que abran la catedral
cuando a pesar de las horas iniciales de la mañana, ya empezaba a
apretar el sol de este verano castellano, haciendo que la sombra
mitigara menos su objetivo para el que nosotros, los humanos,
pensamos fuese creada.
Y desde aquí me voy fijando en las gentes que deambulan e aquí a
allá y de allá a aquí, unos en pie, otros en bici, algunas con su
perro y otros con paquetes, libros los estudiantes, cámaras los
primeros turistas, todos despreocupados, aparentemente, y unos y
otros iban desapareciendo por las esquinas, mientras yo seguía
sentado.
La emoción de el encuentro de datos para mi investigación, me
habían hecho levantarme muy temprano, de noche a las cinco de la
madrugada y estaba somnoliento, absorto, mirando aquellas piedras
arruinadas, parte de la antigua catedral que se me antoja fue inmensa
en siglos pasados y donde, no los conté, pero me parecieron
sembrados doce cipreses muy largos, muy altos, muy delgados, muy
puntiagudos, grandiosos, vigorosos, esbeltos y de verde intenso.
Y llegó el momento y la decepción aquellas obras implicaban al
Archivo. Una vaga esperanza me hizo iniciarme en su entrada y un
funesto cartel prohibiendo entrar a los ajenos a la obra, clavado en
su puerta, me hizo retroceder contrariado.
Aún tuve una última esperanza, cuando ya dentro de la catedral, el
recepcionista turístico me indicó que fuera a ver a la iglesia
próxima, al sacerdote, Era el único que podía solucionarme la
papeleta y con esas miras me dirigí al templo donde celebraba la
misa.
Estaba ya cerrado, cuando a lo lejos vi una persona andando despacio,
hablando por el móvil y a toda prisa me dirigí a él. Cuando
llegué a su altura le pregunté si era el párroco, asintiendo.
Le comenté el viaje frustrado y el objetivo del mismo, pero como ya
me presumía el hombre se disculpó; la catedral estaba en obras y
nada podía hacer, hasta que no se terminaran.
Me despedí de él y desilusionado emprendí el viaje de regreso a la
estación, por las mismas calles y llegué a casa, sin datos.
Una vez más estuve en un lugar a destiempo: Otra vez será y será
otra historia.
1 comment:
leido, firmo el libro de visitas ; >
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